ya acabó su novela

Memorias Macbook (1)

Publicado: 2009-05-25

Persuadido por mi hermano menor (un sujeto moldeado a imagen y semejanza de la sociedad de consumo), hace más de un año decidí comprarme una MacBook. Soy escritor y necesitaba una laptop para idear relatos —y sentirme cool ideando relatos—, y recientemente habían abierto un Starbucks a dos cuadras de mi casa. Así que me puse a buscar la mejor máquina, la que me hiciera más feliz. No voy a hablar de cosas técnicas, pero después de escuchar pacientemente a mi hermano durante varias horas, algo quedaba claro: nada en el planeta resultaba mejor que una Mac portátil.

Mi hermano me enlazó con páginas de Internet donde pude ver videos en los que un tipo muy regio mostraba las ventajas del sistema Leopard. También me pasó las direcciones en Youtube de simpáticos clips de Mac versus PC, donde el Mac boy es una tipo guapo y fresco que vive la vida a su manera, y el PC man un gordo nerdo lerdo oficinista que usa lentes y, muy probablemente, casi nunca tiene sexo.

Encontré también un blog en que un tipo contaba día a día su esfuerzo para ahorrar la plata suficiente para comprar una Macbook: la historia por entregas de un sueño.

Bueno, adquirí una. Un amigo me la trajo de los Estados Unidos. Mi hermano le instaló programas usando una misteriosa herramienta que él llama “Torrents”. Como soy viejo (30) pero no idiota, no tardé mucho en adaptar los programas a mis necesidades, instalando para tal efecto precisos plug-in que circulan por la red. Al fin y al cabo, yo uso computadores de desde que la señal C:\>_ era la única conexión entre el ser humano y la matrix. Dejé mi MacBook a punto.

Luego hice lo que hago cada vez que dejo una computadora plenamente operativa. Busqué pornografía y así probé la rapidez de los reproductores de video. Todo ok.

La Macbook era una bala y era mía (“you are so fine and you are mine”, dijo Madonna y eso era lo que sentía: acababa dejar de ser virgen en Mac). Su color blanco me hacía mirarla por las noches, antes de dormir.

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Doce meses después, el mesero de una cafetería a la que suelo ir me interrumpió para preguntarme cosas sobre la Mac que tenía abierta en la mesa, al lado de una Coca Cola light. No era la primera vez que me ocurría. Nadie te interrumpe para preguntarte cosas sobre tu Toshiba o tu Vaio o tus zapatillas Nike, pero todos se sienten con derecho a hacerte consultas sobre una manzana encendida.

El mozo estudiaba diseño gráfico por las noches, o sea, tenía metas. En un momento, hizo la pregunta del millón:

—¿Y por qué elegiste mac?

Me sorprendió mucho su pregunta, pero más me sorprendió el hecho  de no tener una respuesta clara. Pensé: me la compre porque es linda y blanca, pero me sentí un toque racista. Luego pensé que me la compré porque era más rápida, más eficiente, más segura. Pero nada de eso me constaba. Al final, tuve que soltar la única respuesta posible:

—Por huevón.

Dos semanas más tarde, el 31 de diciembre de 2008, mi Macbook se colgó para siempre.


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Second Chance

Los últimos días de la civilización